Tradicionalmente se atribuye mucha responsabilidad en la falta de la comunicación al emisor y al medio, dejando de lado al receptor como si un mensaje claro, a través del medio adecuado, fuera imposible de recibir incorrectamente.
Y si bien es cierto que esto tiene lógica, también lo es que, en ocasiones, el receptor se convierte en el responsable del problema en la comunicación. Y pasa más de lo que esa lógica podría sospechar.
Esto tiene que ver sobre todo con los márgenes de entendimiento del receptor. Que sólo es capaz de asimilar lo que se transmite dentro de su espectro conocido. Dejando fuero el resto de cuestiones, o lo que es peor, comparándolas a lo más cercano que tenga a mano, aunque no sirva como ejemplo de aproximación.
En conversaciones en las que este tipo de receptor hace un ejercicio de confirmación del mensaje, es cuando más gráficamente se ve el problema. Dices blanco y pregunta ¿entonces negro, no?
Cuando se dan estas situaciones, lo más probable es que el receptor, que es quien se está dando cuenta de lo que ocurre, realice acercamientos modulando su mensaje para que sea entendible por esta persona.
Aunque esta dinámica esconde una trampa peligrosa. Cuanto más de aproximas más confortable será la comunicación para el receptor. Cuanto más confortable más exigirá acomodaciones de futuros mensajes. Entrando en una espiral de la que no se sale bien.
El receptor también tiene que tener una actitud activa para avanzar en la comunicación. No puede ser solo cuestión del emisor. Y sobre estas disfunciones hay que también llamar la atención, haciendo saber qué es lo que ocurre y cómo mejorarlo.