Si se tiene puesto el foco puesto en la productividad, es importante entender cuándo es mejor abandonar que seguir intentándolo. Cuando no es el día, no hay nada que hacer. Seguir intentándolo solo supone una pérdida de tiempo, o peor.
Uno de los mantras que más se repite es el de la sublimación del trabajo y el esfuerzo sin descanso. Vaya estupidez. Todos necesitamos distintos tipos de desconexión. Si uno se deja llevar por esta dinámica de no parar, llega un momento que el cuerpo te obliga a parar.
Cuando uno no tiene el día, normalmente es por esto. Estas más espeso, tardas 3 veces más de lo normal en cualquier actividad y desaparece la capacidad creativa.
Al llegar a este punto uno puede obligarse a seguir o darse de cuenta de la situación y dejar las tareas para otro día. Si se sigue, normalmente se prolongará la lenta agonía con un extra de errores no comunes, que acabarán generando más trabajo en la siguiente jornada.
Así que si uno detecta que no es el día, mejor desconectar y dar un respiro para poder así recuperar.