Hay una contradicción sutil y aceptada en muchos ámbitos, en la que se rechaza de forma sistemática lo que se pide. Podría decirse que quién hace esto no sabe lo que quiere, pero en realidad no es eso.
Lo que quiere está en un terreno próximo al de la ensoñación, como si de un deseo infantil e idealizado se tratara, sin pensar de forma real y pragmática lo que significaría conseguirlo. Hasta aquí todo bien.
El problema aparece cuando en base a esa idea difusa se pide, a alguien que no es él mismo, una valoración real de las necesidades para llevarlo a cabo. Ahí es cuando se produce el choque de realidad, al ver detallado lo que está pidiendo, descubre de forma ‘sorpresiva’ que no lo quiere, ni de lejos.
El problema es el gasto de esfuerzos y tiempo de quien está siempre en el mundo real y da una respuesta pragmática a quien lo pide, entendiendo que todos somos adultos. Pero claro, eso es mucho suponer.