Hace mil años, cuando me aproximaba a ser montañero, recuerdo que siempre me resultaba más sencillo escalar que bajar. Bajar era un trámite aburrido pero igual de peligroso que subir.
Ahora que se ha normalizado la expresión aberrante desescalada me he dado cuenta de que me pasa lo mismo. Aún pudiendo salir no lo hago, no rebajo el confinamiento. Y no lo hago por pura vagancia.
Podría salir por la noche, pero a esas horas ya me da pereza. A pesar de que estoy harto de estar en casa. Si uno es un ‘papafrita’ qué se le va a hacer. El caso es que en realidad lo que me apetece es ir a echar unas cervezas con amigos y familiares.
Y como todavía no es posible, pues yo sigo como si nada. Para alguien como yo, la desescalada es peor todavía, porque sigues igual, pero sin la opción de la quejarte. Cuando no se sabe y cambias de fase te quedas con cara de …