Hay quienes le gusta ir al cine como expresión de un espacio de participación y comunión con el resto de asistentes, aunque se trate de desconocidos. Ese día y en ese momento están viendo una película juntos, asustándose, riéndose y en definitiva, emocionándose colectivamente. Como si se tratara de un concierto.
Luego estamos los salvajes, que estamos totalmente en contra de esto. Y que lo único que buscamos en una sala es el efecto inmersivo. Que celebramos las sesiones en las que no hay nadie más en la sala, que no queremos escuchar a otra gente comiendo cotufas ni comentando la película.
Este comportamiento, el de hacer ruido, manifestar opiniones y hablar en voz alta o baja con su compañía, se ha disparado después de la pandemia. Ahora parece que la mayoría de la gente se comporta como si estuviera en el salón de su casa.
Y solo una minoría llama la atención, pidiendo silencio sin éxito mientras no queda ni rastro de ese efecto inmersivo que nos ofrece la sala. Y sin eso, muchas veces uno prefiere quedarse en casa viendo la película en una pantalla.