Parece que el excesivo individualismo en el que vivimos en la sociedad actual tiene una serie de defectos que van más allá de los sufrimientos lógicos derivados de la soledad. Uno de ellos es el enorme ego con el que se manejan propios y extraños.
Como si la psicología del conductor, que transforma a personas amables en entes irascibles y violentas, se hubiera instalado de forma permanente en las mentes de los ciudadanos polarizados por las redes sociales.
Esos círculos de autocomplacencia en los que las plataformas acostumbran a colocarnos, junto con la reducción de las interacciones personales, hace que la tolerancia a ideas, argumentos y posiciones diferentes sea inaceptable.
Con lo que el homo confinatus, no solo se ha dedicado a hinchar el globo de su ego sin mesura, sino que está preparado y dispuesto para debatir, cancelar o bloquear a todo aquel que esté fuera de su órbita.
Es más, en no pocas ocasiones, también debatirá de forma agitada con quien opine lo mismo, agarrándose a cualquier matiz indetectable. Porque más allá de tener razón, lo que se quiere es alabar el ego, el suyo claro.