El impacto cultural de lo digital

El cine y la televisión norteamericano de los años 50, del siglo pasado, retrataba la familia media con el filtro del puritanismo de la época. En los programas de televisión no es que no se pudiera nombrar el sexo, es que ni siquiera se podía sugerir remotamente.

Estos shows buscaban la popularidad y se alineaban con la idea más pura de la corrección, y claro, acababan siendo más papistas que el papa. Por esta razón, cuando tenían que retratar una escena que ocurría en el dormitorio de un matrimonio, aparecían dos camas individuales.

Y aquí viene lo interesante. la mayoría de las parejas usaban camas de dormitorio, pero la exposición continuada a contenido audiovisual que no reflejaba esta realidad modificó culturalmente a la sociedad, que empezó a imitar a las películas. Así, muchas parejas empezaron a cambiar sus camas de matrimonio por individuales, por pura imitación de los roles que veían.

Siempre me llamó la atención esta historia. Cómo la versión edulcorada de la realidad acabó modificando la propia realidad, en algo tan próximo a la esfera privada de las personas.

La presión cultural que se ejerce actualmente en los omnipresentes canales digitales, también genera procesos de modificación de la realidad por imitación. De hecho, lo hace de forma mucho más contundente de la que afectaba a los ingenuos televidentes de los 50.

La intensidad de esta presión no parece tener efectos tan evidentes por dos razones. La fragmentación de los modelos a imitar, que responde a las características actuales. Y la renovación de los ciclos, que es mucho mayor. Antes se etiquetaban culturalmente las décadas, ahora un lapso de tres años parece enorme.

En esta dinámica perniciosa de imitación de modelos por personas influenciables, entendiéndolo como personas que siguen a influencers, son las redes buenrollistas las que más daño pueden llegar a hacer.

Parece más que demostrado que en determinados grupos de personas, la exposición continuada al éxito de su círculo –que es prácticamente el monotema de redes como Instagram– genera malestar, deprime y aumenta sentimientos nocivos como la envidia.

De hecho, el postureo es un reflejo defensivo a esto último. Con lo que los usuarios acaban entrando en una dinámica competitiva por intentar parecer más feliz, y así no acabar sintiéndose infeliz. Un círculo absurdo y endogámico.

En general no se valora el impacto que tiene esta cuestión, se relativiza quitándole importancia, pero en según qué personas puede acabar siendo bastante perjudicial. Es interesante que en redes más tóxicas como Twitter, por mucho que nos quejemos de su mala baba, en realidad no entran en estas dinámicas tan feas.

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