Ya sea por el excesivo individualismo actual o por que nos hemos acostumbrado a que los sistemas de información sean muy intuitivos, cada vez es más frecuente encontrarse con personas cuya posición es totalmente inmóvil.
Tanto en lo que tiene que ver con las interacciones con robots como con humanos. Lo que se entiende por normal, es que la otra parte de la gestión o interacción nos adivine, recorriendo la mayor parte del camino posible entre su posición y la propia.
Ya que se entiende que la misma no se tiene que mover. Es por ello, que determinados sistemas accesibles triunfan frente a otros, independientemente de si son mejores o peores.
El factor facilitador del otro lado es crucial, porque se renuncia al movimiento propio. Esta dinámica la han propiciado tanto los sistemas como las personas proactivas. Asumiendo el esfuerzo propio y el ajeno.
Mientras que los inmovilistas entienden que esa debe ser la realidad. Y lejos de asumir la situación, lo único a lo que pueden evolucionar es a más inmovilidad. La frontera de la inteligencia artificial ahora se está encargando de recorrer los últimos tramos de estas relaciones.
Con lo cual la brecha que hay entre quienes caminan y los que se quedan parados, exigiendo que se les acerquen, va en aumento. Sin ser conscientes que esa brecha se alimenta cada vez más de una dependencia tan invisible como potencialmente peligrosa.