En la comunicación entre personas, cualquier información cuando pasa de un interlocutor a otro, adquiere un nivel de ruido que puede ser mayor o menor, pero que siempre es relevante.
De esta manera, el mensaje emitido difiere del recibido. Al producirse posteriores comunicaciones, pocas, dos o tres más, el original no tendrá nada que ver con su última versión.
Esto es así, todos lo sabemos, aunque normalmente no lo asumamos, sobre todo cuando la última versión tiene contenido negativo, algo a lo que se le da un crédito total, incluso por encima del original.
En entornos digitales, los intermediarios tienen la capacidad de transmitir fielmente el mensaje. Pero aún así se genera un considerable ruido sobre el mismo. En este caso, la contaminación es muy diferente.
Ya no se encuentra en la versión del mensaje, sino en las condiciones en las que ese mensaje llega o no. La selección, ordenación y grado de repercusión que las plataformas deciden sobre los mensajes y contenidos, puede acabar teniendo un impacto mayor todavía.
Sin perjuicio de los mensajes que los usuarios solo interpretan en función de los escenarios, origen del mismo, comentarios relacionados y tendencias marcadas por quienes consideren como voces autorizadas.
Así que la reproducción fiel del mensaje, no garantiza su modificación. Plataformas y usuarios digitales pueden acabar dándole la vuelta a lo que sea de forma efectiva.