La barrera mental de la elección

Hay quien le cuesta mucho tomar decisiones. Esto se puede deber a cualquier razón del espectro, desde que sienta agotamiento por tener que tomar decisiones constantes y renuncia a hacerlo en cuestiones que no están en su foco, hasta quienes no deciden nunca nada.

Decidir es asumir el riesgo de equivocarse. Para algunas personas es preferible que si se produce el fallo sea responsabilidad de otro. Pero en ese esquema mental infantil, normalmente se obvia que no tomar decisiones también es un tipo de decisión.

Que no elija no significa que no sepa lo que se quiere. Quien no toma decisiones tiene claro qué es lo que quiere y lo que no. Solo que no quiere cargar con ese esfuerzo. Pero ojo, aquí subyace un planteamiento bastante complicado de satisfacer.

El que no decide quiere que el resultado sea el que espera de forma precisa, o peor aún, quiere que sea algo que le guste, aunque no tenga claro del todo cómo. Lo que le añade una capa de presión mayor a quien tiene que decidir. Ya que debe asumir el fallo si lo hubiera, tener capacidades telepáticas adivinatorias o rezar para que le guste al dubitativo.

Una de las formas en las que más se expresan quienes no pueden elegir, se sustancia en pedirlo todo. Esperando que así no haya error. Pero claro, pedirlo todo ya lleva un coste enorme adherido.

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