En ocasiones uno puede comprobar el nivel de ceguera que puede tener alguien respecto a un asunto, aunque la solución esté claramente delante de él no hay forma de que lo encuentre. Su idea inicial le oculta la realidad, aunque esté ahí. En ocasiones es todavía peor, sobre todo cuando el protagonista es un mismo.
Todos hemos visto cómo se da esta situación, también sabemos que tiene muy mala salida, produciéndose el efecto paradójico de que a más explicaciones más determinación en aferrarse al prejuicio.
Y todo porque, una vez tomamos una decisión o expresamos nuestra opinión en un sentido u el otro, no la cambiamos. Da igual las dudas que hayamos tenido por el camino. Una vez tomada, cambiarla se entiende como algún tipo de concesión o señal de debilidad.
La única salida limpia es procurar que el susodicho acabe incorporando la otra idea como propia, con algún tipo de matiz que le abra la puerta a que no tenga que rectificar.