Sinceramente casi no se me ocurre ningún escenario en el que la competitividad sea positiva en algo. Se supone que ayuda a mejorar o a lograr un mayor esfuerzo al intentar ser mejor que la competencia.
Pero vaya, es un suponer muy cogido con pinzas. No hay garantías de que esto realmente ayude a mejorar, ni que se apliquen bien esos esfuerzos, ni siquiera que esos esfuerzos acaben siendo beneficiosos.
Más bien se trata de toda una recreación narrativa de un escenario irreal. La competencia ha arruinado a muchas personas, empresas y países. Sobre todo cuando se lleva al extremo, abandonando cualquier tipo de lógica. Ejemplos hay muchos.
El caso es que hay personas para las que la competición lo es todo. O mejor dicho, la competición es el motor que les ayuda a llevar a cabo casi todos los pasos de su vida, por pequeños que sean.
Conozco varios casos. Y dan pena, pero no en el sentido despectivo, sino que de verdad uno no puede sentir otra cosa que no sea lástima. Es como si estuvieran atrapados en un pensamiento infantil del que no pueden escapar.
Por supuesto, las personas competitivas son tremendamente manipulables. Solo hace falta que les pongas una zanahoria para que empiecen a intentar alcanzarla. Y lo único que les importa es vivir una vida comparada en la que en todo hayan ganado.
Como si de una carrera se tratara. La vida no es una competición, no hay una meta al final, nadie te va a colgar una medalla y a decirte que eres el mejor. Quizás por eso mismo, porque la realidad es así, muchos buscan formas de escenificar la victoria a través de cualquier teatrillo.