Tal y como pasa con la seguridad, la privacidad salta por los aires cuando se enfrenta a razones emocionales. Todo lo que tenga que ver con jugabilidad, novelería, presión social y, sobre todo, comodidad siempre le ganará.
De hecho esto ha seguido siendo así incluso tras importantes escándalos, manipulaciones, brechas de privacidad y un largo etcétera. Si el origen de los escándalos están asociados a servicios, aplicaciones o dispositivos que usamos por algo que nos interese, desechamos el riesgo de privacidad y tiramos para adelante.
El único efecto que tiene la concienciación que ahora se tiene sobre la privacidad digital y el uso que se hace de nuestros datos, aparece en los reparos que se ponen a aplicaciones que no nos tocan la fibra.
Y esto se hace, incluso si la aplicación tiene un impacto en la sociedad como pasa con el Radar Covid. Aún teniendo claro que no pide permisos para acceder a contactos, imágenes, cámara, ni ningún dato indentificativo, se recela por la privacidad.
Ese recelo de privacidad no se vence, desembocando en la desconfianza que nos generan otros servicios confesos que si mantenemos. Nos molesta que Google o Facebook manejen nuestros datos, pero no renunciamos a ellos.
Eso si, nos ponemos super exquisitos con una aplicación que no nos da nada de forma directa, salvo un altruismo del que no se puede posturear. Quizás el Radar Covid debería gamificar logros en redes sociales, para vencer ese muro.