La premisa por la que se interpretan los intereses, gustos y preferencias de los usuarios en entornos digitales, es potencialmente errónea. No digo que no sea efectiva, pero lo es con dos carencias importantes.
Lo primera es que el grado de efectividad, como es lógico, nunca llega al 100%. Desde el punto de vista estadístico, llegar a un nivel de interpretación del 95% de coincidencia con un usuario es todo un éxito.
El problema es que las personas no funcionamos así. Ya se puede tener una afinidad muy grande, que si dentro del porcentaje no coincidente hay algo que se rechaza frontalmente, es muy probable que la relación sea lejana o no exista.
La segunda es la visibilidad de la endogamia en la que se cierra al usuario dentro de ese círculo de segmentación. Lo que está bajo el agua en el iceberg de intereses, dicho de otra forma, lo que no se manifiesta de forma directa o deducible, es muy importante.
Como no se llega ahí, al menos por ahora, se genera un escenario de aire viciado, en el que la personalización de contenidos orgánicos y publicitarios no salen del sota, caballo y rey. Algo que llega a hacerse visible para los usuarios.
Todo esto se decide obviar, más que nada porque el modelo está demasiado engrasado. Pero si bien es cierto que se ha llegado muy lejos, también lo es que con el planteamiento actual, hace rato que llegamos a un techo que no hace más que bajar por la conciencia que toman usuarios e instituciones sobre la privacidad.
Al margen de esa batalla, lo importante es tener un enfoque menos binario del comportamiento de los usuarios. Sintetizar para meter las estadísticas en una rejilla de interpretaciones ayuda. Pero de ahí a dar por ciertas las interpretaciones hay un trecho grande.
La realidad de los usuarios es más compleja y va más allá de las interpretaciones simples que hacemos desde el otro lado. Hay una serie de intangibles que existen aunque los ignoremos.