Recién recibí la Raspberry Pi 400 y por fin me decidí a conectarla. Al margen de lo obvio, la experiencia de uso fue tan buena que acabó provocándome cierta confusión.
Al fin y al cabo se trata de Linux. Así que cuando configuré el par de cuestiones iniciales y me puse a trabajar en las ideas que tenía para utilizarla, me olvidé totalmente de dónde me encontraba.
Como si estuviera trabajando en un ordenador convencional. Eso es lo que acaba confundiéndote, que va tan suave que al rato te olvidas de dónde estás.
Es verdad que ahora mismo es ideal para quienes quieran trastear todo tipo de cuestiones, así como para quienes quieran empezar a programar. Pero su precio, tamaño y facilidad supera ese ámbito, haciendo que sea un dispositivo perfecto para un grupo de personas mucho mayor.