La inercia de compartir todo en las redes parece no tener límites. Esto no es nuevo. Quizás la novedad esté en la normalización o la asunción de conductas esperpénticas a la hora de dar difusión.
Haciendo una regla de tres, si se hace necesario un chute de aceptación digital diario a base de interacciones se acaba contando hasta lo más nimio. No solo lo que pueda entenderse como un signo de éxito.
Que se acabe contando el día a día, o más bien, cada detalle insulso vital, tiene que ver con la realidad, que no puede cubrir el ritmo de publicación que el ego necesita. Por dinámica que sea tu vida no da para llenarla a todas horas.
Así que en ese ejercicio de exposición de la nada, en ese desierto de egocontenidos, cualquier cosa que sea algo más que nada, se publica. Da igual que sea un disparate, un delito, algo tremendamente privado o denigrante.
Se publica por inercia, sin pensar en sus consecuencias. Hoy se ha dado otro caso en las redes notable. Pero es algo que sucede con bastante frecuencia.
Incluso, la reacción negativa que se genera con cada caso, parece no tener influencia en esa normalización para los futuros casos. Si pueden imaginar que en su círculo el impacto será positivo no dudarán.