Las expectativas tienen mucho peligro. Si no se saben gestionar pueden acabar desvirtuando casi cualquier cosa. Pero una vez se crean, se hace muy complicado gestionarlas.
El problema es que dan por hecho cuestiones sin fundamento, solo basadas en las referencias externas o en experiencias pasadas. Muchas reglas económicas se basan en expectativas puramente infantiles, como que todos los años hay que ir a más, algo que claramente no tiene que ser así.
Cuando Miguel Induráin ganó su primer Tour no estaba claro si era un corredor válido para una vuelta de esas características. El hecho de que lo ganara fue una sorpresa, que lo hiciera de forma consecutiva durante cinco ediciones no entraba ni en la mejor de las previsiones.
Pero eso dio igual. Por alguna razón inexplicable mucha gente y parte de la prensa se autoconvenció de que seguiría ganando tours hasta el fin de los tiempos. El último tour de Induráin, el que no ganó después de ser el rey durante un lustro, fue un desastre.
Pero no por del corredor. Que evidentemente tenía que dejar de ganar, por pura lógica. El desastre fue todo lo que hubo alrededor, un esperpento bochornoso. Sobre todo por una parte de la prensa, que se comportó de forma miserable.
La sensación que quedo al final fue bastante fea. Dejó de ser el mejor deportista de la época, ya no era un extraterrestre, se convirtió en el perdedor del Tour, y eso no se le perdonó. Y todo porque las expectativas eran enormes.
La verdad es que en su momento no me creía la reacción de parte de la prensa y de mucha gente sobre este tema. Pero ocurre en cualquier ámbito, cada vez que se generan estas ilusiones, y luego las cosas no van como se supone que deberían.
Cuando pasa esto la reacción normalmente suele ser muy mala, aunque el resultado haya sido bueno, o muy bueno. Si no coincide con la película que se había soñado se rechaza y defenestra. Así que cuidado con ellas, que tienen mucho peligro.