Las reuniones son uno de los grandes agujeros negros de la productividad. Si se plantea mal su gestión acaban convirtiéndose en un pérdida de tiempo enorme para la mayoría de los participantes.
Por supuesto hay de todo. Pero las peores, con diferencia, son las que no tienen un objetivo definido. En las que se da la impresión de estar de charla, más que atacando problemas y soluciones.
La infravaloración del tiempo de los demás está detrás de esta dinámica perniciosa. Y aunque actualmente las celebradas online, permiten que sean proactivas, dando la posibilidad de avanzar en distintos planos, siguen siendo un problema.
Por de pronto solo con la cuestión de la sincronización ya es suficiente. Hacer coincidir a diferentes personas, cada una con su propia agenda, en el mismo espacio temporal, supone un esfuerzo organizativo enorme, pero para todos.
Y estoy de acuerdo en que determinados temas solo se pueden avanzar bien por medio de las reuniones. Pero también es verdad, que el 90% del tiempo invertido es pura paja: repeticiones, aclaraciones de cuestiones claras y temas que no tocan en ese momento.
Algo destacable es la querencia por los formalismos coloquiales, algo que hace confundir a algunos, como si se estuviera en un ámbito no profesional. Si el objetivo es ese la reunión debe ser flexible y en un bar. Si no, hola y al grano.