Hay gente que dentro de grupos de trabajo, en un rol de toma de decisiones, tiene interiorizado que la histeria es una buena forma sobre la que cabalgar para dinamizar los procesos y así llegar a la excelencia.
Con este planteamiento se podría interpretar que hablamos de esta neurosis simulada, pero en realidad la mayoría lo hace de forma vívida. Los pocos que la usan como postureo, no tardan mucho rato en dejarse contagiar, de sí mismos, disparatándose como si no hubiera un mañana.
La histeria tiene muchas ventajas para el gestor que la proyecta y casi ninguna para el equipo de trabajo, perjudicando claramente los objetivos. Cuando se llega al punto de ebullición se consiguen una serie de prerrogativas inadmisibles en otro estado: gritos, confusión, inestabilidad, contradicciones, acoso laboral y malfuncionamiento generalizado.
Es bastante frecuente observar cómo se toman decisiones conducentes a ese estado explosivo, particularmente por el gestor neurótico. En forma de relajación sobre temas que posteriormente serán vitales, pero que antes no lo eran tanto.
También suele darse mucho actitudes que buscan sobredimensionar las tareas, de manera que hasta lo más nimio requiera de mucha atención. Este tipo de gestor normalmente duda, decide y se contradice varias veces antes de desayunar, por lo que acabará interviniendo y cortocircuitando todos los procesos del grupo de trabajo.
Lo cual agota a cualquiera. Al no delegar, porque ni confía en sí mismo, ni en los demás, tiene toda su agenda llena de decisiones pequeñas, en lugar de dirigir con perspectiva.
Pero lo peor que le puede pasar a un gestor histérico es que fruto de esa dinámica, alguna vez se consigan los objetivos, o simplemente que tenga la sensación de éxito. Cuando esto sucede automáticamente asume que ha sido gracias a su intervención.
Por lo que repetirá este comportamiento tóxico en sucesivas ocasiones. Cuando, lo más probable, es que el éxito se deba a la concatenación de decisiones autónomas que han ido tomando los miembros del grupo.
No hace falta contraponer esta tipo de gestión a otra. Es evidente que no es, ni de lejos, la forma lógica de gestionar. Una vez metido en esa rueda, las posibilidades de crear dinámicas mínimamente funcionales desaparecen, no hablo de la creación de espacios para la creatividad o innovación.