Mucho se ha escrito sobre esta cuestión. Pero al margen de las motivaciones de cada persona para mostrarse a través de las redes sociales, hay algo que es inequívoco, cada vez más usuarios acaban retransmitiendo sus vidas.
Que si la adicción a las interacciones, la baja autoestima, la simplicidad del postureo, la erótica del selfie, el estatus social, las ganas de dar envidia, la proyección de éxito, y un largo etcétera son las razones más socorridas.
Sea como fuere, al estar en el terreno emocional, la lógica y precaución no tienen ninguna presencia. Solo así se explica que algunas personas cuenten cada paso de su vida, como otras convierten cualquier acto -por nimio que sea- en susceptible de compartir a modo de éxito.
Traspasando todos los límites, como por ejemplo compartiendo imágenes con billete de lotería premiado; etiquetándose en la cama con #aftersex; chuleando después de un robo; o incluso gente que se cae por un risco mientras se hace un selfie.
La cosa se convierte en enfermiza cuando la actividad que se está realizando acaba supeditada a la compartición de la misma. Recuerdo asistir a un concierto en el que una chica que se sentaba cerca se pasó las dos horas completas enviando stories, solo descansando para responder los comentarios. A continuación un ejemplo extremo:
Pues no. Esto no es sano. Quizás las amistades de las personas que caen en esto deberían dar el paso de decir algo.