La reacción ante los fallos

Con los fallos propios, los que comete uno, se producen una serie de situaciones, cuanto menos curiosas, que pueden acabar en tragedia a poco que se haga algo en una dirección u otra.

Lo reacción más habitual es la de nunca admitir el fallo, como si se tratara de una debilidad. Balones fuera, siempre. La lógica indica que siempre se producen fallos, la sinrazón intenta convencer de que uno nunca se equivoca.

Los clásicos nunca defraudan, así que desde la perspectiva de uno mismo, lo que se suele hacer es negar el fallo, rechazarlo como si no se hubiera producido, buscar un responsable externo: una persona, organización, situación, loquesea, pero que no sea yo.

A nivel de organización también se funciona mal, de forma corporativista, rechazo frontal, todo se ha hecho como se debía, se cumplen los estándares, se han pasado todas las revisiones, y si la cosa es grave, la culpa la tiene fulanito que ya hemos echado.

El miedo al fallo es tan grande, que incluso cuando se hacen test de errores y éstos aparecen, la gente se pone nerviosa. Generándose una situación muy simpática, en la que el responsable tiene que explicar que justo para eso se hacen los tests, para detectar potenciales errores en un entorno controlado.

Un fallo supone siempre algún tipo de pérdida, puede ser mayor o peor, esto lo tiene claro todo el mundo. Pero también ofrece una ganancia, que además es muy valiosa, el aprendizaje, la experiencia, el conocimiento del sistema que te permite evitarlo en el siguiente envite.

Cuando se produce un fallo, lo primero que hay que hacer es centrarse en solucionarlo. Lo segundo entender qué es lo que ha pasado. Luego, cambiar los procedimientos para que se minimice o desaparezca la posibilidad. Y, al final, si te hace ilusión es buscar un culpable.

Lo habitual es que se empiece justo por esto último. Lo cual tiene un impacto tremendamente negativo en términos de eficiencia. Porque se traslada un mensaje claro y estúpido: Lo importante es que no me puedan culpabilizar, más incluso que mejorar el rendimiento o reducir las posibilidades de fallo.

Si mis esfuerzos se dedican a evitar que se me pueda culpabilizar, en lugar de intentar bajar el porcentaje de potenciales fallos, la cosa está jodida. Pero esta dinámica enfermiza es mainstream en multitud de organizaciones.

Por darle un poco de perspectiva. Si en una organización no se producen errores tiembla. Primero porque es imposible. Y segundo porque lo más probable es que se estén tapando, dando patente de corso para que se comentan sin impunidad.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *