Si bien es cierto que con ciertos interlocutores es necesario sobre explicar determinadas cuestiones, debiendo incrementarse una explicación clara y suficiente, también lo es que una excesiva verborrea es tan innecesaria como apreciada por algunos.
Esa sobrestimación basada en la ignorancia o la falta de seguridad, es la responsable de que charlatanes improductivos usen esa verbosidad como anestesiante, llenando cualquier reunión de palabras, construyendo una capa que todo lo cubre.
Este tremendo defecto, entendido por algunos como virtud, es capaz de extender una conversación de cinco minutos a una hora, repitiendo cuestiones tratadas en el inicio, desarrollo y finalización de la misma.
Saltando de un tema a otro sin relación alguna hasta dejar a los demás no intervinientes exhaustos y con miedo a decir nada, no vaya a ser que coja carrerilla de nuevo y vuelva a repetir lo repetido.
Si no se les pone freno, pueden invertir diez veces más tiempo en parlotear sobre una tarea de lo que lleva ejecutarla. Insisto, el problema no son ellos. Sino quienes le dan chance.
Hay que poner en valorar a las personas que van al grano, que usan la inteligencia para ser más productivos entre todos y que no se esconden bajo esta capa de monólogos insustanciales.