Muchas personas viven gran parte de su vida con una sensación de control. El azar les ha situado en una posición de protección, que les salva de todo tipo de eventualidades. Y el pensamiento individual les hace creer que todo se debe a su pericia.
Esta creencia, en la que sus decisiones les ha llevado a su posición, es tan ridícula como infantil. Vivimos en un mundo complejo y tremendamente conectado. El número de cuestiones que nos afectan, a distintos niveles, siempre ha estado fuera de nuestro control.
Por supuesto tenemos nuestra pequeña parcela de acción. Y dentro de ese margen se pueden producir diferencias. Pero el azar es determinante en todo el proceso. Empezando por el lugar de nacimiento, la familia, el idioma, la sociedad, cultura, oportunidades, peligros, etc…
Durante el confinamiento provocado por la pandemia, muchas personas que tenían esa sensación de control han descubierto que era solo eso, una sensación. Reaccionando generalmente de forma negativa.
Culpando de todo a todos. Explicando cómo se tenía que haber actuado y qué es lo que se tiene que hacer ahora. Exigiendo de forma reiterada que se les haga caso. Da igual si tiene conocimientos o información.
Lo que en realidad están teniendo es una perrera o pataleta, como si de un bebé se tratara. Es un comportamiento bastante habitual. Cuando creen que tienen el control y lo pierden, su mundo se desmorona y en lugar de llorar a moco tendido, se quejan de forma persistente y cansina por Twitter.
Solo hay que esperar a que se calmen y entiendan la situación. O dicho de otra forma, que maduren.