Uno de los miedos menos confesados socialmente es el de las personas que no soportan las vacaciones. Para los que diluyen su personalidad con su profesión, estas fechas pueden resultar un verdadero problema identitario.
No hace falta que lo que sea a lo que se dedican sea relevante, ni siquiera es necesario que sea notable o popular en su ámbito. Eso da igual. Se trata de una dependencia basada en la seguridad que le da lo que hace casi todo el año.
Para estas personas, la interrupción abrupta de su rutina, con la excusa del descanso, supone un verdadero estrés. No se hayan, se encuentran irascibles los primeros días y nostálgicos en modo batallita los siguientes.
Cuando ha pasado la primera semana la realidad les cae encima como una losa sobre los hombros. Se encuentran con ellos mismos, y no les gusta lo que ven. Necesitan su identidad laboral, la única importante para ellos.
Así que, de forma previa o improvisada, reducen el periodo, buscan alternativas y justificaciones que permitan volver a la actividad para dejar de sentirse miserables. Es una pena. Estos son los primeros que caen cuando llega la jubilación.