Los horarios tienen su razón de ser, igual que la duración de las jornadas y los calendarios. Pero, en ocasiones, su rigidez es totalmente contraproducente. Haciendo empezar a transitar caminos indebidos -en modo empanado- solo por estar dentro de él.
Cuando en tu día a día te tienes que enfrentar a tareas no repetitivas, de las que no conoces la solución o su procedimiento para lograrlo, dependes en gran medida de la inspiración. Es verdad que crear un espacio físico y temporal para que llegue es aconsejable.
Que la inspiración te pille trabajando es un mantra a seguir. Pero oye, no siempre pasa así, a veces uno no está en condiciones, o tiene que resolver una serie de procesos previos, aunque no estén relacionados.
Es posible que deban pasar varios días preguntándote cómo hacerlo, sin encontrar soluciones, para que de pronto un día llegue la inspiración de golpe y con efectividad. Pero cuando tienes que ser creativo con un temporizador es cuando todo se pudre.
Es cuando aparecen las malas ideas que te hacen tomar caminos tremendamente estúpidos, con los que hay que emplear mucho trabajo repetitivo. A más flexibilidad en lo que tiene que ver con el horario o los tiempos en la fase de planificación, menos recursos se consumirán en la de aplicación.