Además de ser tremendamente pesados, los egos hacen unos destrozos que no siempre se dimensionan correctamente. La capacidad destructiva que tienen se lleva por delante cualquier tarea individual o colectiva que se intente desplegar.
Es cierto que en determinadas circunstancias y con ciertas personas, un ego alto puede conseguir determinados logros, pero siempre es importante poner en la balanza los follones que arman en su recorrido. Con esa perspectiva sorprende la cantidad de ocasiones en las que el balance es negativo.
Está claro que cuando los egos están disparados en grupos de trabajo, da igual si lo está por un individuo como si es por varios, todo se va a pique. Básicamente porque cada una de las acciones están destinadas a ensalzar su propio ego, y lo que se haga o cómo se haga, solo es una excusa.
De esta forma desnaturalizadora, nunca hay errores propios, se destacan los de los demás e incluso se reconvierten aciertos y virtudes ajenas en fallos. Todo en pos de lo mismo. Lidiar con este tipo de personas no solo es agotador, sino que inmoviliza todo a su entorno.