Cuando uno entra en una dinámica de planificación de hitos y fechas para determinadas acciones o tareas, lo peor que puede pasar es que se cumpla. Porque se corre el riesgo de pensar que el mérito es del planificador, cuando no es así.
Escribir en un papel, agenda, excel o diagrama de Gantt, todo lo que tiene que suceder puede generar cierta sensación de seguridad, por momentos ayudar a tener una visión de conjunto para quienes intervienen y exigir sprints en determinados momentos, en una suerte de fascismo del calendario.
Pero si todo cuadra como está planificado y previsto, se debe básicamente a la ausencia de imprevistos. De hecho, que no aparezcan ya de por sí debe ser tomado como señal de alarma. Hasta que llegan, normalmente con esa facultad tan murphyana de hacerlo en el peor momento, sin capacidad de reacción.
Así que los imprevistos son la forma que tiene la realidad de bajar los humos a quienes nos flipamos con los planes. Esa manera tan clara y contundente de decirte: para, ahora te vas a dedicar a esto otro y olvídate de tus planes, melón.