A la hora de que los usuarios realicen comparativas de productos, el precio tiene un valor con un peso sobre dimensionado. Dejando de lado una serie de intangibles que en determinados casos pueden variar la balanza de la decisión más allá de lo obvio.
En la guerra entre los productos off y online, esos intangibles tienen una relación con el coste totalmente directa. Por poner dos ejemplos: ropa y calzado deben probarse antes, en el caso de productos de perfumería deben olerse en la propia piel.
Este tipo de productos que necesitan de la interacción física para su adquisición, están siendo canibalizados por usuarios que desarrollan una experiencia de consumo nueva. Yendo a los establecimientos para probar los productos sin intención de compra para luego adquirirlos online.
El precio de ahorro de los usuarios que practican esta técnica podría ser el que corresponde a los costes del mantenimiento de establecimientos, pero ni siquiera llega. El ahorro individualizado de los usuarios tiene un impacto menor en sus bolsillos, que además acaba impactando en otras áreas, como el tiempo empleado o desplazamientos.
Pero no por ser una dinámica improductiva deja de practicarse. La sensación de mini éxito para estos consumidores híbridos es lo suficientemente motivante como para gestionar todas las contradicciones que genera.
Sin ni siquiera entrar a valorar el tema ético y el perjuicio evidente que tiene, no solo para las tiendas físicas sino para el consumidor del futuro próximo. Que ya no podrá usar esta artimaña cuando desaparezcan todas las tiendas físicas.