La prioridad al cambiar de un dispositivo electrónico es la de traspasar nuestros archivos. Ya sea un smartphone, tablet o PC. Lo que frecuentemente olvidamos es borrar nuestros archivos de los dispositivos antiguos, una vez hemos terminado.
Es normal, la novedad de uso del nuevo cacharro se impone a la pereza de dar un viejo uso al lento y anterior. El problema está en que ahí todavía están guardados nuestros archivos, seguramente muchos y de toda índole, incluido aspectos privados o relacionados con la seguridad.
En cualquier caso, el trasto se trata como tal, se arrima en cualquier sitio o se guarda con esmero. Normalmente y por razones de espacio y encaje, lejos de los elementos necesarios para ponerlo en funcionamiento de nuevo.
Así que tras unos años en los que el foco del dispositivo ha sido coger polvo, decidimos donarlo, regalarlo o llevarlo a punto limpio. Y es en ese momento cuando tomamos conciencia de lo que hay ahí dentro.
Intentamos encender el aparato, pero no encontramos los cables, y si los encontramos no son los correctos. Cuando probamos unos cuantos y damos con el adecuado, y conseguimos cargarlo, no nos acordamos de la contraseña.
Así que volvemos a guardarlo pero ahora con la sensación de que es una caja inaccesible, para nosotros, que guarda secretos privados. Lo lógico sería aprender la lección, pero no es raro pasar por el proceso varias veces y acabar con una colección de los últimos 4 o 5 móviles, todos por la misma razón.