Propósitos desvirtuados que se mantienen

No hay nada más estéril que marcarse un propósito en el que te obligas a realizar una acción, como forma de llegar a un objetivo y acabes cumpliéndolo solo por las formas, cuando ya ha quedado totalmente desvirtuado.

Agarrarse a la formalidad de la acción es el tic rancio de un burócrata. Ver que uno cae en esto no es bonito. Aunque no sea por la exaltación de las formas, aunque solo sea como medio de agarrarse con los dedos a una cornisa de la azotea, cuando sabes que vas a caer.

Esa resistencia en mantenerse, pero sin épica. Con la esperanza remota de que lo desvirtuado se recomponga y por arte de magia vuelva.

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